Esta es la historia de un hombre que lee un libro sobre un hombre que lee un libro. En este último confluyen también las circunstancias e historias de tantos personajes que si nos detuviéramos un solo segundo a observarlas una por una seríamos incapaces de terminar esta historia, así que nos centraremos, por ahora, en el hombre que lee un libro sobre un hombre que lee un libro.
Este hombre se siente confuso, desorientado. A medida que avanza en su lectura, los espacios entre las letras se le hacen más y más amplios, y a cada página que pasa se detiene unos instantes para considerar si debería o no cerrar el libro entero y dedicarse a otra cosa, como ver una película sobre un hombre que ve una película, o escuchar una canción sobre un hombre que escucha una canción.
Las razones de esta desazón le resultan bastante evidentes. Sencillamente, el hombre que lee un libro sobre un hombre que lee un libro no se siente identificado con su semejante ficticio. Ha superado ya el hemiciclo de este pesado volumen, y sigue sin poder deducir, siquiera intuir, las razones por las que el hombre del libro lee un libro. Ha desmenuzado al personaje casi tantas veces como lo ha vuelto a reconstruir; ha vuelto atrás en la historia para comprobar si dejó suelto algún cabo; incluso se ha tentado a sí mismo para avanzar en la historia, escoger una página al azar cercana al final y comprobar si sus sospechas son ciertas o completamente erróneas. Y pese a resistirse a estos últimos deseos, se encuentra en la misma tesitura: ¿Por qué el hombre lee un libro? Y si no puede saberlo, ¿Por qué se encuentra él mismo leyendo un libro sobre un hombre que lee un libro?
Nuestro protagonista aventura la posibilidad de ignorar sus propios principios y dejar la lectura inacabada. Lentamente, extrae el marcapáginas, aprieta los dedos contra las tapas y cierra los ojos para evitar verse atrapado por alguna oración reveladora o mínimamente intrigante. Sin embargo, en el último segundo, se siente incapaz de dar el golpe definitivo a toda la serie de páginas que ya ha leido sin saber cómo acabarán. Así que relaja sus dedos, abre los ojos y devuelve el marcapáginas a su posición inicial.
Las siguientes horas suponen una importancia crucial para el hombre que lee un libro sobre un hombre que lee un libro. La historia, originalmente simple, ramplona, y poco interesante, ha crecido hasta su punto álgido, el momento cumbre en el que nuestro hombre sabe que todas sus dudas serán resueltas y todo quedará aclarado, tanto que nos parecerá imposible pensar en que hubo un momento en que no sabíamos lo que sucedería en realidad. Las palabras ya no parecen tan abismales, y las páginas, literalmente, vuelan. Finalmente, el hombre que lee un libro sobre un hombre que lee un libro llega al final del mismo. Queda la última página, la revelación definitiva, y el hombre se reserva unos instantes de meditación para saborear cada letra de lo que le espera al final. Y justo cuando pasa la página, siente un pinchazo en la yema del dedo y se da cuenta de que se ha cortado con el filo de la hoja. El hombre que leía un libro sobre el hombre que lee un libro observa su propia sangre manchar el amarillento papel, y tras considerarlo un momento, decide cerrar el volumen y encasquetarlo entre otros muchos que tiene en su estantería.
Inmediatamente después, se da cuenta de lo tarde que se ha hecho y se va a dormir.
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