Remus, sentado en la orilla de la cama, sollozaba con la cabeza entre sus manos, mojadas por el llanto.
Le dolía el pecho terriblemente, y, abatido, dejó caer su cuerpo sobre el colchón, sin dejar de cubrir sus ojos, como si temiera mirar alrededor tras la pérdida de su amigo.
La ventana, abierta, dejó entrar una brisa suave, preñada de olor a cedro, madera y algo sin descifrar, y un suave susurro le hizo brincar el corazón.
Dejó de llorar de súbito, atento a aquél ruido, y fué entonces cuando le escuchó.
Remus... - su voz, ruda, maltrecha pero afable y llena de humanidad ¡áun! lo sobresaltó, y, retirando de golpe las manos de su cara, le vió, a pocos centímetros de él, rozando el techo de la cama de dosel que hacía tanto tiempo había memorizado el cuerpo de su amigo.
Te quiero, amigo mío - sin saber porqué, ésto le dolió - y, ¡¡ me pone muy triste que llores por mí !... - la figura, resplandeciente y cambiante, le sonreía plácidamente, dueño del descanso eterno.
Remus lloró como un niño, intentando abrazar y tocar a lo que ya sólo era una esencia, que se había deslizado entre el tapiz de la vida y la muerte para volver a verle.
No llores... - susurró con voz gutural, aunque reconocible, el joven Sirius Black, que lo miraba desde cierta altura - No debes olvidar tu vida, ni descuidar aquellos que te rodean y que dependen de tí.
Sin dejar de mutar, Sirius dejó el cuerpo de su adolescencia hasta regresar a sus primeros años de vida, aún con los ojos llenos de experiencia y algo de dolor.
Con una última mirada, extremadamente amorosa, le susurró un adiós sin palabras, y poco a poco se fué desvaneciendo en el aire, tras una estela de brillantes y pequeñas perlas de luz...
Una última risotada de infante cruzó el aire, astillando el corazón de Lupin, que, a pesar de entender la despedida, no podía fingir su dolor.
Está bien... sólo te lloraré hoy... mi viejo amigo... - sollozó, sonriendo por aquél inesperado adiós.
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