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Cyrano de Bergerac en un retrato de su época. | |
- Más popular, si cabe, dentro de los "lunáticos" universales, se encuentra Hércules Savinien, más conocido como Cyrano de Bergerac, (1592-1655), que además de protagonizar la famosa obra de teatro romántico de Edmond Rostand, citada en nuestra anterior entrega, fue un agudo personaje real de la Francia de mediados del siglo XVII, contemporáneo de D’Artagnan. También verídico por otra parte y héroe de Dumas. Aunque el auténtico mosquetero gascón militó en las filas contrarias a las de la novela. ¡Sí señores, fue agente del Cardenal Mazarino!. A lo que íbamos, pues estábamos derivando hacia lo que podría ser tema de otro interesante artículo. Cyrano se despliega en el París barroco como un profundo escritor satírico y dramático, a la par que consumado espadachín, lo que nos trae a la memoria aquello de que la pluma es más fuerte que la espada, pero en su caso ambos estoques eran igual de punzantes. Es autor de una "Historia cómica de los Estados del Sol y de la Luna", que se tiene entre las utopías fantásticas más célebres. No obstante, la leyenda que la obra de teatro trazó sobre el personaje, difuminó su realidad como corrosivo escritor crítico humanista de la época, y lo introdujo en ese frágil terreno del mito, en el que fantasía y veracidad no siempre coinciden... El adjetivo "cómica", que se añade al título de la obra no es casual; es toda una declaración de intenciones, no sólo del texto, sino del estilo del autor, que inspiraría posteriormente, en cuanto al certero empleo del humor, como arma para la demolición del sistema político, religioso y moral vigente, entre otros el "Gulliver" de Johnathan Swift. Con la excusa de dos viajes, redactados entre 1657 y 1662, primero a la luna y después al sol, llevados a cabo con la ayuda de envases llenos de rocío, atrayendo el natural líquido el calor del sol, y también por medio de pequeños cohetes, Bergerac se explaya en los tópicos políticos y sociales, de su época centrándose más en discusiones filosóficas para la reivindicación de la libertad personal y la inteligencia brillante, que en descubrir un mundo desconocido donde localizar el paraíso anhelado. El éxito del libro, hizo que Rostand lo emplease indirectamente en uno de los episodios más delirantes de su obra teatral. Cuando el rival del protegido de Cyrano va acudir a ver a la dama, de la que los tres están secretamente enamorados, el espadachín se presenta ante él, embozado como un extraño, simulando haber caído de la luna llena, yendo a parar a París. Para distraer al "villano" y lograr que mientras tanto los amantes contraigan matrimonio, Cyrano desgrana una serie de siete métodos, a cuál más delirante para viajar de la tierra a la luna sin escalas. Para muestra no podemos resistirnos a copiar tres de ellos: "En un plato de bruñido acero colocarme, provisto de potente imán, que al aire lanzo; va en su búsqueda ligero el plato, y cuando alcanzo el imán, lo echo arriba nuevamente; y sucesivamente vuelvo a lanzarlo, y por el cielo avanzo". El segundo dice así: "Mi vuelo pude también facilitar, aire encerrando en un cofre de cedro enrareciéndolo, juntando veinte espejos en forma de icosaedro". Obsérvese aquí la referencia al "aire enrarecido", concepto indeterminado y ambiguo de propulsión y tratamiento del aire, que sirvió a más de un escritor posterior, como Julio Verne en "Veinte Mil leguas de Viaje submarin", para justificar lo injustificable: ¿Cómo puñetas se eleva la nave? ¿Qué energía utiliza?. ¡En caso de duda recuerda escritor: el aire enrarecido te salvará de toparte con los puristas científicos (la "energía natural de la tierra", también vale)!. Por último, antes de dejar a Cyrano seguir su camino junto a Pitágoras, Epicuro, Demócrito, Copérnico o Kepler (autor de otra entretenida fábula lunar), cerramos con el último ardid para llegar a la luna: "Una noche serena, a esa hora dulce en que la luna llena a las ondas atrae, después de un baño me tendí en la arena. No estaba aún bien tendido cuando de pronto me sentí atraído, y subir rectamente, y de cabeza, pues empapado mi cabello estaba en el agua de mar. ¡Con qué presteza dulcemente el espacio atravesaba, sin esfuerzo ninguno!". Un salto temporal nos reclamará en nuestro siguiente capítulo, tomaremos el expreso de papel y nos plantaremos en el siglo XVIII para conocer a un nuevo y aguerrido viajero lunar, que va a ofrecer la luna a su rey como "trofeo de caza". Por si alguien no lo adivinado todavía, nos referimos al Barón de Münchhausen. Pero eso, estimados lectores es tema de otra historia...
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