sospechar
el ojo mundano. Y una noche salvó un tremendo abismo, y los cielos repletos
de sueños se abalanzaron hacia la ventana del solitario observador para
mezclarse con el aire viciado de su alcoba y hacerle partícipe de sus fabulosa
maravilla. A ese cuarto llegaron extrañas corrientes
de medianoches violetas, resplandeciendo con polvo de oro; torbellinos de oro
y fuego arremolinándose desde los más lejanos espacios, cuajados
con perfumes de más allá de los mundos. Océanos opiáceos
se derramaron allí, alumbrados por soles que los ojos jamás han
contemplado, albergando entre sus remolinos extraños delfines y ninfas
marinas, de profundidades olvidadas. La infinitud silenciosa giraba en torno al
soñador, arrebatándolo sin tocar siquiera el cuerpo que se asomaba
con rigidez a la solitaria ventana; y durante días
no consignados por los calendarios del hombre, las mareas de las lejanas esferas
lo transportaron gentiles a reunirse con los sueños por los que tanto había
porfiado, los sueños que el hombre había perdido. Y en el transcurso
de multitud de ciclos, tiernamente, lo dejaron durmiendo sobre una verde playa
al amanecer; una ribera de verdor, fragante por los capullos de lotos y sembrado
de rojas calamitas... |